23 de marzo de 2008

Para que memoria del pasado quede en nuestro presente


Solemos evocar el Golpe del 24 de marzo de 1976 como el punto de partida de un largo proceso caracterizado por la falta de libertades individuales, por la utilización del terrorismo como instrumento y acción del Estado, por las torturas, los desaparecidos, la muerte...
Sobre estas atrocidades basta recordar el informe de la CONADEP, los testimonios de las víctimas durante el Juicio a las Juntas, el dolor de las familias y de los sobrevivientes, la lucha de Madres, Abuelas e Hijos.
Pero aunque la más terrible y dolorosa, esa fue solamente una parte.
Los ideólogos de la dictadura -que por cierto, no fueron sólo militares- se habían propuesto transformar a su voluntad las bases institucionales, sociales, culturales y económicas de la nación. Para lograrlo, su tarea se centró en el sometimiento de la población mediante el terror, la propaganda oficial, la censura y en la implementación de un plan económico que pulverizó la industria nacional y provocó una gran concentración de la riqueza.
Los pequeños y medianos productores y empresarios fueron desplazados por grandes empresas nacionales o extranjeras. Cierre de fábricas. Pérdida de empleo. Disminución del poder adquisitivo del salario. Desigualdad. Marginación. Incremento desmesurado de la deuda externa. Especulación financiera. Todo ello solo podía hacerse con aquella represión.
La falta de libertad, de canales de participación y el miedo, condujeron a la sociedad a la autocensura, el aislamiento, el escepticismo. La "depuración ideológica" hirió de muerte el sistema educativo y científico. La censura y la represión condujeron al empobrecimiento de la vida cultural.
Pasaron treinta y dos años. Ya son muchos los argentinos nacidos en democracia. Pero las secuelas de aquella destrucción sistemática, de aquel horror, aún afectan sus vidas.
Por ellos y para ellos seguimos intentando reconstruir la nación, con algunos logros y muchas deudas. En ese sentido, nuestro tributo a los que murieron y el mejor legado a los que nacieron después, será la vigencia de este sistema de vida que es la democracia, pero no sólo una democracia formal sino el real reconocimiento de la dignidad integral de las personas.
Para que la memoria de aquel doloroso pasado no sea un mero ejercicio retórico: cumplir con las leyes de la democracia, respetar las instituciones y honrar la responsabilidad republicana.