10 de febrero de 2006

COMO FUE LA NOCHE DEL HORROR EN LAS HERAS


A continuación transcribimos los escalofriantes relatos que publicó La Nación con respecto a como se habrían dado los hechos esa trágica noche en la localidad de Las Heras.

El impacto de la bala lo tumbó al piso. Le pegó en una clavícula. Quizá, para ese momento, Jorge Sayago aún estaba consciente. Quizá no. Era de noche, pero no era eso lo que más dificultaba la visión. El ardor en los ojos, producto de la gasolina con la que había sido salpicado, era lo que más complicaba los movimientos. Enseguida alguien le sacó el casco reglamentario. Y alguien le partió la cabeza con un objeto contundente. Tal vez era una pala; tal vez, un fierro. La masa encefálica le salió del cráneo. Alguien le clavó una puñalada en la espalda, que le atravesó el estómago. A metros de allí, el oficial Héctor Leal intentó agacharse para socorrerlo. También él estaba en el exterior de la comisaría para contener la embestida de los manifestantes. Un disparo en el hombro le impidió seguir. La bala le tocó un pulmón y perdió la respiración. La boca se le llenó de sangre. Había sucedido lo peor. Era ése el comienzo de la pesadilla que hoy sacude a este paraje patagónico y que conmociona a todo el país.

LA NACION pudo reconstruir, por medio de testigos y de fuentes vinculadas con la investigación judicial, los detalles de la noche trágica que, tres días atrás sumió en una fuerte conmoción a esta comunidad y que despertó el alerta del propio presidente Néstor Kirchner, que dispuso el envío de 250 gendarmes para controlar la situación.
Los datos que surgen de la investigación que se sigue por la muerte del suboficial Sayago, ocurrida el martes último en esta localidad, en medio de un enfrentamiento entre la policía provincial y unos 300 trabajadores petroleros en huelga que rodearon la comisaría local para reclamar la liberación del dirigente sindical Mario Navarro, conmueven a este pueblo.
A criterio de las autoridades policiales, los detalles de la autopsia de Sayago incluida en el expediente muestran la secuencia de su muerte: primero recibió el impacto de una bala, luego cayó al piso, le quitaron el casco, lo golpearon con un objeto contundente en la cabeza y el rostro y finalmente fue apuñalado.
"Se puede inferir que la bala le produce la caída y cuando cae le pegan en la cabeza y lo acuchillan", dijo a LA NACION el comisario Wilfredo Roque, jefe de policía de la provincia de Santa Cruz. "Esto habla del nivel de ensañamiento, alevosía y violencia que hubo esa noche", agregó el uniformado.
La jueza Graciela Ruata de Leone, titular del juzgado de instrucción de Pico Truncado, avanzó ayer en la causa: tomó declaraciones a los testigos del hecho y recopiló datos y pruebas materiales que orientan la investigación hacia la hipótesis de que no hubo infiltrados políticos en la revuelta (de lo que se informa por separado).
Entre los testimonios más valiosos que recopiló se encuentran los de dos oficiales que se enfrentaron con los manifestantes que rodearon la comisaría el martes último para reclamar la liberación de Navarro.
El comisario Héctor Leal es uno de ellos. El estaba afuera, junto con Sayago, aquella madrugada del martes. En su cama del hospital ofreció a un grupo de periodistas su visión de los sucesos. "Al principio nos tiraban piedras, y pensábamos que eran las piedras las que nos lesionaban, pero después nos dimos cuenta de que eran tiros", recuerda.
"No hubo posibilidad de diálogo. Estaba tratando de sacar del lugar a Sayago, que estaba caído. Recibí un disparo en el hombro y automáticamente perdí la respiración y empecé a escupir sangre", rememora. De acuerdo con su relato, los manifestantes no dejaban ingresar la ambulancia en el lugar de los hechos. "Le disparaban a mansalva", dice. "Los sanitarios nos dijeron que les tiraron una molotov debajo de la ambulancia", completa.
A su lado, el oficial Arturo Varela, que recibió un balazo en el antebrazo, no puede ocultar su estremecimiento cuando recuerda el momento en que vio el rostro de Sayago. "Tenía la cara destruida. Me acuerdo de que tenía el casco puesto cuando estábamos operando, pero cuando yo lo vi después de que cayó no lo tenía más", afirma. "Hubo mucha saña, y hubo mucha organización también: nos disparaban en forma coordinada", dice. Leal acota: "Nuestra formación fue salpicada con combustible. Si nos tiran combustible y nos tiran una molotov es un incendio... por eso nos replegamos".
Los informes policiales que se elevaron a la jueza Ruata de Leone indican que en los enfrentamientos la comisaría recibió al menos 130 impactos de bala calibre 22 en sus paredes y vidrios.
Los peritajes policiales indican además que al menos cinco personas apostadas alrededor del edificio disparaban desde ángulos distintos a modo de francotiradores contra los uniformados.
Con sólo pasar ayer por aquel lugar podían verse los agujeros de las balas en las paredes. Un testigo clave que prestó testimonio ayer a la Justicia dijo a LA NACION que vio al menos ocho armas de fuego en manos de varias personas que participaron del enfrentamiento del martes último, entre los que había rifles con mira telescópica.
Se trata de Roberto Ramírez, un albañil de 42 años. El hombre vive a cuatro cuadras de la comisaría, en las inmediaciones del barrio 120 Viviendas, un asentamiento de casas humildes que rodea a la alcaidía.
Se acercó a ver lo que sucedía la noche del lunes último cuando escuchó el conflicto. Llegó 20 minutos después de comenzada la refriega. "Conté ocho armas. Seis eran pistolas y dos eran rifles con miras telescópicas", dijo. "Acá somos pocos. Yo no vi gente de afuera, lo que vi fue a muchos chicos. Vi pibes del pueblo, eso es lo que vi. No vi encapuchados, como los que se ve por tele en los piquetes de Buenos Aires. Eran muy jóvenes, pero eran de acá", agregó.